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Lo que más me sorprendió, sin duda, fueron las Barbacoas de Ubaldo.
Era espectacular:
- Hoy hago yo churrasco, estáis invitados. (Ubaldo)
- Bien, gracias Ubaldo, allí estaremos. (Sus amigos)
- Ser puntuales, por favor. (Ubaldo).
- Ubaldo que tenemos nuestras caravanas al lado de la tuya. (Sus amigos)
En fin, Ubaldo comenzaba a trabajar las brasas con empeño y decisión. Pero claro echaba al fuego ramitas de los arboles que el mismo recolectaba y guardaba bajo su caravana, como oro en paño. Esas ramitas en cuanto ardían se deshacían, no hacían brasero.
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Llegaba la hora de comer y todos sus amigos llegábamos puntuales a la cita, tal como se nos había indicado.
Y siempre lo mismo, nunca había churrasco. Este era sustituido de golpe y plumazo por otro manjar. ¿Sabéis cuál?:
En aquella época las conserveras gracias a Ubaldo vivían su siglo de oro.
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