Sabía yo por la experiencia que ya me cuelga de las patillas, que en la vida hay dos tipos de gentes: Aquellos que lo saben todo porque lo aprendieron en los libros, en muchos casos, a sopapo limpio y castigo diario; y otros sabemos sólo un poco de algunas cosas y demasiado de otras, de las cotidianas, de las que se aprenden simplemente observando como tus progenitores hacen con los demás.
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Algunos como Ubaldo conocen mucho de psicología de laboratorio, de lo que dicen Platón, Sócrates, Ortega y Gasset, Kant..., es un excelente maestro de matemáticas. Asiste al teatro todos los jueves (quedó prendado y prendido de Don Juan, el burlador de Sevilla), ¡que interesante!
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Sin embargo, el pobre Ubaldo no sabe, no tiene idea de lo que significa el ser agradecido, si un amigo, cuando un domingo te encuentras sólo, te invita a comer con su familia. Te abre su casa y te sienta en su humilde mesa.
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Se permite, simplemente por hacer una miserable gracia, criticar bajo su patética opinión la velocidad con que comemos en mi casa. Circunstancia que naturalmente es absolutamente subjetiva y manipulada, porque hemos tardado en comer hora y cuarto. Luego, tiene ¡es increible! el poco gusto de comparar las orejas de su máma, que seguro estarán buenísimas, con las que le ofreció la mía. Que por cierto una buena bandeja casí se la comió él solito.
Despues, es incapaz de diferenciar entre las resticciones voluntarias de pan y la abundancia o escasez.
Cuando se largó a dormir su aletargada siesta, no tuvo la delicadeza de decirnos, fue un placer comer con vosotros o he estado a gusto. Nada, de nada, ni una palabra de cariño.
Lo que decía al principio, eso no está en los libros. ¡No sabe más!
- Hoy he aprendido que tú no comes más en mi casa... Hasta la próxima vez que que quieras volver a comer un poco rápido.
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