Las vacaciones se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Atrás quedaron aquellos primeros días donde, para nuestros adentros decíamos, me quedan cuatro inmensas semanas.
Un año más con esta especie de mini-depre, por dejar el estado de ocio que tanto valoramos, tal vez porque sabemos que tiene fecha de caducidad.
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El próximo lunes, lo de siempre, caras alegres de los que te ven regresar y tú jodido, muy jodido, te encuentras con tu despacho, que te espera deseoso para que pongas tu culo en el asiento. Y de repente problemas, problemas a paladas. Buff...Si ya no me acuerdo de que va esto... No se ni encender el ordenador...
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Pero, nosotros que somos gente inteligente y experimentada sobradamente sabemos, que este estadio de odio a todo lo que se menea dura lo que dura: Únicamente el primer día.
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Prometo firmemente mañana lunes llegar como lo hago el resto de los días de año: Con una inmensa sonrisa y feliz, porque no tengo que quedarme en casa.
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Y para el año más de los mismo. ¡¡Bendito trabajo!!
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SINDROME POSVACACIONAL:
Tardan una eternidad en llegar y se esfuman en un suspiro. ¿De qué hablamos? De las vacaciones, claro. Mañana miles de españoles se reincorporan a sus ocupaciones profesionales. Ya sólo quedan los rezagados. Algunos retornan sin problemas, resignados a su suerte. Otros, que también los hay, lo hacen encantados (entre ellos, los que son adictos al trabajo). Y muchos, alrededor del 35%, sufren lo indecible cuando se acaba lo bueno: son los españoles afectados por la depresión posvacacional.
Irritabilidad, nervios, ansiedad, falta de concentración, cansancio, mal humor... Son algunos de los síntomas que atacan al ciudadano de a pie cuando le toca ganarse el pan de nuevo. Pero no es sólo eso. También pueden presentarse efectos físicos, como dolores de cabeza, taquicardias, sudoración, falta de apetito, náuseas, vómitos o diarreas.
Pero no hay que alarmarse: lo que ya se ha dado en llamar depresión posvacacional no es exactamente tal cosa. Según explica Pedro Rodríguez, psicólogo clínico, “los humanos tenemos cada vez más tendencia a sacar las cosas de quicio, a exagerar. El cambio de actividad, el pasar de la libertad y el ocio a la disciplina y la tiranía del horario cuesta esfuerzo, pero de ahí a pensar que se está sufriendo una depresión media un abismo”. El cuerpo está preparado para soportar determinadas cotas de ansiedad y tensión. Las personas afectadas por todos estos trastornos descritos “no sufren ninguna enfermedad mental”, aclara Rodríguez, “sino que experimentan sólo una respuesta al cambio de vida brusco que se produce con la reincorporación al trabajo. En circunstancias normales, estos fastidiosos síntomas deberían desaparecer en unos días, dos semanas a lo sumo. Tiempo suficiente para adaptarse otra vez a la rutina”.
Pero en algunas ocasiones esta situación puede interpretarse como la punta de un iceberg oculto. Si el malestar descrito se prolonga por más tiempo, conviene acudir a un profesional. “Las personas que se ponen en manos de un especialista supuestamente aquejadas del síndrome posvacacional están manifestando, en realidad, un problema de fondo. Detrás de la incapacidad de superar la apatía y el cansancio del regreso se esconde un conflicto familiar, de falta de autoestima o de tipo laboral, como una mala relación con los jefes o compañeros. Son asuntos que se hacen patentes en este momento porque es cuando se vuelve a tomar contacto con la realidad de la que se alimenta el verdadero problema”.
Óscar Ruiz es biólogo, pero trabaja desde hace más de una década como operario en una imprenta. “Llevo años diciendo que tengo que hacer algo para salir de ahí, buscar un trabajo que me guste. Pero la monotonía te atrapa y dejas pasar el tiempo hasta que te das cuenta de que ya no tienes oportunidad de volver a lo tuyo. Así que voy a trabajar todos los días y sólo espero cobrar a fin de mes. El final de las vacaciones es muy duro”.
Sobre todo para los que, como Óscar, están desencantados con su actividad laboral. Aquellos que no se sienten motivados, los que se aburren, los descontentos, los que sólo trabajan por dinero. Y si tenemos en cuenta que, a juzgar por estudios recientes, sólo el 5% de los españoles reconoce tener la suerte de desarrollar su labor en algo que le agrada, no es de extrañar que a muchos se les haga cuesta arriba la vuelta.
El síndrome del quemado (burn out) o el estrés son patologías comunes que también derivan de una insatisfacción de los empleados. Esta última es ya el segundo problema más grave y frecuente en el entorno de la salud en el trabajo en la UE. Por no hablar del acoso moral o mobbing, ejercido por los jefes sobre sus subordinados hasta hacerles insoportable su estancia en la oficina. Entre las nuevas dolencias se encuentra también la gripe del yuppy, que afecta a las personas adictas al trabajo.
Si por algo se caracteriza la depresión posvacacional es por no ceñirse a un perfil laboral muy definido. No discrimina entre hombres y mujeres –aunque se muestra especialmente grave con el rango de edad comprendido entre los 30 y los 45 años– y la sufren tanto los curritos como los jefes. Los directivos, los ejecutivos o los profesionales con cargos de alta responsabilidad están entre los más afectados: una excesiva carga de trabajo, unos horarios interminables y el peso de tomar grandes decisiones producen un estrés y una tensión que agravan la desazón en los días inmediatos al regreso. Los empleados más expuestos son los que se dedican a servicios humanos, ya que están constantemente en contacto con problemas que a menudo no pueden resolver. Ello deviene en una reacción de angustia frente a la reaparición de las obligaciones. También lo sufren de un modo riguroso las personas con un empleo precario, aquellos que tienen en mente un cambio de ocupación y los parados.
Un estudio reciente del profesor titular y jefe clínico de Psiquiatría del hospital Clínico San Carlos de Madrid, José Luís Carrasco Perera, pone de manifiesto que un mes de vacaciones es insuficiente para recuperar del todo la salud mental y recomienda cogerlo todo seguido. Aún así, los españoles podemos considerarnos afortunados: entre festivos y vacaciones de empresa disfrutamos de 36 días de descanso anuales, dos por encima de la media europea, según el Estudio sobre las condiciones de empleo en Europa que elabora anualmente MERCER HR Consulting. El país con más días de asueto es Dinamarca, con 40, y el que menos, Reino Unido, con 28. ¿Qué opinarían de esto chinos o norteamericanos, que sólo gozan de 23 y 25 días respectivamente? El psicólogo clínico Pedro Rodríguez insiste en que “lo realmente importante es disfrutar de ellos, duren lo que duren, hacer lo que a uno le apetezca, no imponerse obligaciones o una agenda demasiado apretada”. La cuesta arriba del retorno se hace tanto más empinada cuanto menos hayamos gozado de nuestro tiempo de ocio. Y hasta hay personas a las que les resulta imposible saborearlo, ya que la idea de volver comienza a amargárselo incluso antes de haberse ido. “No es una situación normal”, explica el psicólogo. “Esto les sucede, generalmente, a personas con predisposición a deprimirse, que presentan un cuadro anterior de ansiedad, que anticipan miedos y preocupaciones y se enfrentan a casi todas las situaciones de la vida temiendo las consecuencias”.
La situación normal es que el mal se cure solo, con el simple remedio de dejar pasar las semanas. No obstante, los expertos han descrito algunos trucos para reducir el periodo de adaptación al mínimo y hacerlo más llevadero. Por ejemplo, conviene no dejar tareas complicadas para la vuelta. Es mejor reincorporarse poco a poco. Lo ideal es, si la fuerza de voluntad lo permite, llegar a casa un par de días antes de tener que fichar en la oficina: ello sirve para anticiparse a los asuntos pendientes y para acostumbrarse al nuevo horario.
Durante los primeros días hay que detenerse a planificar el trabajo, establecer prioridades y marcarse objetivos gratificantes que supongan un aliciente. La buena relación con los compañeros también es fundamental para lograr una aclimatación rápida. Conviene tomarse un tiempo con el fin de situarse, enterarse de las novedades y compartir experiencias con los demás. Introducir descansos en las primeras jornadas para ello será de gran ayuda.
Fuera del entorno laboral, es esencial cuidarse, no renunciar al ocio o a placeres que no tienen por qué ser exclusivos del verano. Una de las claves es conseguir el equilibrio entre la actividad profesional y la vida personal. Planear escapadas con la familia y con los amigos, iniciarse en alguna actividad de tipo social o deportivo y permitirse un capricho de vez en cuando harán más llevadera la temporada. Y, sobre todo, no descuidar la salud. Hay que prestar especial atención a la alimentación. Respetar los horarios fisiológicos y seguir una dieta equilibrada es fundamental. Dormir al menos siete horas diarias, además, contribuye a estar de buen humor y con energía para afrontar las dificultades de cada jornada. Y también es un buen consejo refugiarse de vez en cuando en unas sesiones de masaje o de relajación, infalibles si lo que necesita es aliviar tensiones.
De todos modos, debes tener claro que este síndrome se pasará en un par de semanas. Lo realmente alarmante es estar de vacaciones y no ser capaz de relajarse y disfrutar. Es el síndrome de la tumbona y lo padecen sobre todo las mujeres, pues les cuesta más que a los hombres abandonar sus responsabilidades. Aunque parezca mentira, para ellas, la vuelta al trabajo es un alivio.
En definitiva, debes tener en cuenta que la clave está en la mente. Mantén una actitud positiva, mira los próximos 12 meses con optimismo y puede que se conviertan en un periodo en en el que alcances tus metas y se cumplan tus expectativas.
Un abrazo, y que te sea leve.
L.Mosquera
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